El derecho nació muy cercano a los rituales funerarios. En los pueblos en los que la cultura ‘obligaba’ al sepelio del difunto, el espacio del entierro significaba ya un tipo de propiedad (Schmitt), tal vez por eso los pueblos nómadas preferían incinerarlos porque si no se generaban lazos con la tierra. De hecho la palabra patria derivada del griego patrios politeia que significa la tierra de los padres.
Así los muertos en la mayoría de sociedades fueron obligando a los descendientes a establecer normas, tal vez el trabajo más representativo de esta hipótesis sea la cautivadora obra de Fustel de Coulange, La Ciudad Antigua, que a pesar de las críticas que ha recibido sigue siendo de enorme importancia. Fustel narra como en las ciudades griegas y romanas antiguas cada ancestro muerto se transformaba en un dios familiar (dioses lares y manes) que se materializaban a través de la hoguera, por eso se denomina hogar al lugar común familiar. El culto a estos dioses marcó la pauta para el derecho familiar, cuando uno de los varones se desposaba la mujer era introducida en el nuevo culto, el rito se desarrollaba con el marido alzando a la esposa en la puerta de la morada para presentarla a sus dioses familiares, una vez hecho el ritual la mujer era parte del nuevo culto y podía pisar el suelo que hasta entonces le era vedado.
Los muertos no sólo normaban desde el otro mundo sino que además permanecían entre los vivos, entre sus actividades cotidianas, para asistirlos, reprenderlos e incluso premiarlos; todo esto con un alto grado normativo porque las malas acciones deshonraban no sólo a la familia viva sino también a los muertos. Recordemos que en la celebérrima obra de Sófocles, Antígona en realidad el conflicto se da entre un decreto de Creonte y la norma que obligaba a Antígona a enterrar a su hermano, norma que estaba sobre cualquier norma escrita y que lleva a la heroína occidental a morir por cumplir la norma ancestral. Hasta el día de hoy existen normas que salvaguardan la integridad del cadáver, tal vez todavía le atribuimos un valor intrínseco que mezcla lo espiritual con lo jurídico.
Una imagen dice más que mil palabras: todos recordamos el film Gladiador en el cual Rossell Crowe lleva siempre en una bolsa de cuero unos pequeños muñequitos de madera que simbolizan (que son) sus dioses familiares, toda la película es un constante llamado a la tierra natal, a la cual llega cuando por fin muere.
Esta idea de la patria, los muertos y el derecho, se va extendiendo a medida que crece la comunidad, primero hay muertos y tierra común para un clan, posteriormente para una ciudad.
México no es la excepción, cada familia honra a sus muertos y toda la patria a los suyos. Con mucha mayor fuerza en este bi-centenario en el todo mundo busca símbolos para capitalizar.
Otra cuestión interesante es la que expresa Claudio Lomnitz en su libro La idea de la muerte en México en nuestro país la muerte tiene que ver con el origen del Estado mexicano. La muerte es normativa en tanto que está en nuestra identidad nacional, como un símbolo de castigo para los indígenas paganos en un principio (imposición de la ley dice Lomnitz), como una forma de redención para los cristianos y conversos, muchos de ellos indígenas sobrevivientes de las enfermedades y excesos de los españoles, pero también la muerte se hizo mestiza, mejor aun, un fenómeno producto del sincretismo muy propio de la religión del mexicano, pero hoy por hoy la muerte es parte de nuestra cultura popular, es fiesta, y la fiesta es espacio exceptuado de conflicto, se establece un tiempo de paz, al menos simbólicamente; para el espectador extranjero esto resulta paradójico “celebrar a la muerte”, cuando en la mayoría de culturas significa duelo y reflexión.
En su obra magistral ¡Que Viva México! Serguéi Eisenstein, muestra como uno de los símbolos más importantes en México es el festejo a la muerte, en el que participan incluso los niños, de alguna manera estas escenas festivas del final del filme contrastan con las primeras escenas de indígenas con rostros abstraídos entre las ruinas de los grandes templos prehispánicos donde ya se representaban calaveras y esqueletos, construcciones que normaban la vida pública de las antiguas ciudades, que se mantenía en un constante diálogo dicotómico con el mundo de los muertos ¿no será que desde el más allá nuestros antepasados o al menos su recuerdo sigue condicionando nuestras vidas? Tal vez como lo planteó Juan Rulfo en la literatura hace más de 60 años y más para acá Amenábar en el cine, tal vez, tal vez ya estemos muertos creyendo estar vivos ¿a poco eso no nos invita a comportarnos de otro modo?
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